viernes, 20 de noviembre de 2009

Un poco de Mitología: El Rey Midas

Nos dice la mitología griega que el dios del vino y la alegría, Dionisos, tenía entre su cortejo muchos sátiros, genios de la naturaleza que tenían forma de hombre de la cintura para arriba, pero que tenían patas y cola de macho cabrío. Bebían vino constantemente, y perseguían a la ménades (sacerdotisas de Baco, el dios del vino que, en la celebración de los misterios, daban muestras de gran frenesí) y a las ninfas (hermosas jovenes, diosas de las aguas, los bosques y la selva), para saciar su lujuria, y con quienes tenían sexo de forma insaciable. El más anciano de los sátiros era Sileno. Tenía la nariz chata, ojos de toro y una gran barriga. Cabalgaba sobre un asno, pues en su permanente ebriedad no podía sostenerse por sí mismo.

En una ocasión, después de una gran fiesta, Sileno se extravió y fue encontrado por campesinos, quienes lo capturaron sin reconocerlo y lo llevaron a presencia de Midas, el gran rey de Frigia. Midas había sido iniciado en los misterios dionisíacos, y reconoció inmediatamente a Sileno. Lo liberó de sus cadenas y le rindió grandes honores, tras lo cual lo condujo de regreso al cortejo de Dionisos. El dios agradeció amablemente al rey, y le ofreció concederle un deseo. Midas, quien gustaba de grandes lujos y era avaricioso, pidió entonces que todo lo que tocara se transformara en oro puro. Dionisos aceptó, y Midas muy contento regresó a su palacio. Tal como Dionisos había prometido, todo objeto que el rey tocara se transformaba en el precioso metal.

Las estatuas, las telas, las lanzas y las columnas del palacio no tardaron en convertirse en valiosos objetos. Satisfecho, Midas se acomodó en su trono dorado y ordenó que se le trajera vino. Pero en cuando la bebida tocó sus labios, se transformó en polvo de oro, que el rey tuvo que escupir. Igual pasó con un trozo de pan, que se convirtió en un bloque de oro. La carne y las frutas se transformaban en metal, y muy pronto Midas fue acosado por el hambre y la sed. Ni siquiera sus amigos y su familia osaban ayudarlo, pues temían acercarse y ser convertidos en estatuas de oro.

Dejando un rastro dorado tras de sí, Midas corrió en busca de Dionisos, y le pidió que le retirara el regalo. Dionisos le dijo que debía lavarse las manos y la cara en el río Pactolo. Midas siguió este consejo, y aunque el río se llenó de hojuelas de oro, pronto Midas volvió a la normalidad. Desde ese entonces el oro abunda en las orillas del Pactolo.
Fuente: Fapes

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